Soy aficionado al ciclismo y suelo aprovechar para ver todas las carreras que puedo. El Tour de Francia es la máxima expresión de este deporte, y como no puede ser de otra manera, a este evento acuden miles de aficionados a apoyar a los esforzados ciclistas. Cada cual de su país y con su bandera. En las etapas de montaña de los Pirineos es donde más aficionados peninsulares podemos ver, siendo territorio occitano, los independentistas de esta nación hacen su trabajo para publicitar de forma masiva sus mensajes:

Vascos, catalanes, aragoneses y españoles duales hacen de comparsa por las montañas pirenaicas. En el año 2001 me acerqué a una etapa del Tour que terminaba en el Pla d’Adet (estación de esquí de Saint Lary), rodeado de vascos con sus ikurriñas y muchos emblemas de acercamiento de los presos. Llevé mi bandera aragonesa, con escudito y algunos preguntaban extrañados por la cruz de Arista. Más historia y más memoria. Mis compatriotas de autobús se fueron a hacer botellón, con sus camisetas del Madrid y banderas españoles y una de Huesca. Este año, distinguí a unos aragoneses por que en su bandera española ponía Jaca, apoyando a Escartín y demostrando su colonización mental cuando pasas fronteras (artificiales). Cada uno a lo suyo, pero el ciclismo tiene un potencial brutal a la hora de autoafirmar identidades y exhibir lemas. Sólo hay que ver los campeonatos del mundo de este deporte, el único en el que se suelen ver más banderas de naciones sin Estado (flamencos, bretones, occitanos, lombardos, corsos, vascos, catalanes) que de los Estados opresores. Bonita paradoja, gran oportunidad.