Una cosa es pitar un himno y otra quedar hipnótico ante lo que viene siendo habitual: una final de la Copa del Rey de fútbol, a la que llegan el Barcelona y un equipo vasco, ofreciendo ambas aficiones una pitada que a algunos ofende. Así están las cosas. El cuñadismo españolista salta a degüello por las redes sociales, utilizando su retahila clásica: «que no jueguen, que se jodan (son españoles), que suspendan el partido». Algunos aluden al sacro himno, con sesudas faltas ortográficas: ipno, hino… no sé…, algo hipnótico.
El elemento central y más objetivo sería el del respeto a los símbolos del Estado. Algo muy edificante y demasiado pestoso como para no dedicarle unas líneas. Cuando el respeto no es recíproco ocurren cosas como esta de las pitadas: si no te dejan votar, si pisotean contínuamente tus derechos colectivos, si lo español se asocia a corrupción y caspa… Pero ya llueve sobre mojado con estos temas (leer Sin ir más lejos), y poco queda por plantear. Las trincheras están excavadísimas. Lo del respeto aparece como un embudo que oculta las miserias de un proyecto estatal que muchos quieren finiquitar. El recurso al respeto suena a lloriqueo, pataleta social, de nacionalistas asimilados y contentos, incapaces de aceptar que la realidad es otra.