Frantz Fanon decía que «cada generación ha de cumplir su misión o traicionarla». La alienación cultural produce monstruos y en los últimos meses van saliendo de sus cavernas.
Hace unos días saltaba la noticia del lugar donde se encontraba la bandera española más grande del mundo mundial. Olvés (Comunidat de Calatayub), una tristeza enorme me invadió, en mi querida Celtiberia. Los ganapanes del Heraldo mostraban orgullosos tamaña proeza. Dicho emblema colonial se encuentra en una finca frutícola y ocupa 22.000 metros cuadrados. El gerente de la empresa podría ser un ejemplo de traidor en toda regla, su idea es «reivindicar el españolismo sin complejos». Se trata de un guardia civil jubilado. ¿Así nos quieren en la belicosa Aragón?
Se trata de un ejemplo anónimo. Parecen no sentirse identificados con Aragón. Como si esta tierra les hubiera maltratado. Pueden ser casos raros, extremos, pero aquí los tenemos, recordándonos la mordaza del imperio. Tenemos casos de renegados, que hoy en día escupen para la extrema derecha; es el caso de Federico Jiménez Losantos -nacido en Orihuela del Tremedal en 1951-, el cual migró de Aragón a los veinte años. O el de Jorge Azcón -concejal del PP en el ayuntamiento de Zaragoza-, quien no ha tenido la necesidad de marchar porque su papel españolizante así lo requiere la maquinaria putrefacta de su partido. Su colega Eloy Suárez está feliz en su querido Madrid.
Las últimas encuestas del CIS sitúan a un 15% de personas que se sienten única y exclusivamente españolas. Aquí habrá de todo, pero muchos son de esta corriente. Como Vox, Aragón necesita más Ejpaña. O Lambán. O la hidra de Ciudadanos, que pretende cargarse los municipios pequeños, devolver competencias al Estado o fulminarnos con trasvases y prácticas ya conocidas del pasado.
¿Somos un erial? ¿qué hay detrás de ese exhibicionismo rojigualda?