Dos anécdotas coinciden en mi tiempo personal y ambas se orientan a cuestionar el independentismo. Sin ánimo de teorizar os expongo lo que he leído y lo que pienso al respecto:
1) Releyendo a Michael Billig (Nacionalismo Banal, 2014), aparece la tesis posmodernista de que el nacionalismo ha cambiado de función, ahora destruye las naciones. El posmodernismo no ha eliminado los nacionalismos ni mucho menos. Otra falacia más de la era global. La patria -en palabras de Billig-, el Estado-nación con sus fronteras, su “nosotros” y los “extranjeros” está en auge totalmente. No está en crisis: de hecho, en lo que respecta a armamento no existe ni el Tercer Mundo, ya que su monopolio sigue perteneciendo a los Estados-nación, no a individuos o empresas.
Siempre hubo micro-Estados, a la sombra de superpotencias. Esa es la realidad. No hay ningún indicio en sentido contrario. La construcción de alteridades identitarias dentro de la sociedad posmoderna no cuestiona la nacionalidad: se puede ser afro, asiático o transexual en Estados Unidos pero no niegan su carácter nacional. Si la superpotencia yankee no es negada… ¿adónde va el resto?
2) Y de rebote, a raíz de la fallida concentración aragonesista unitaria que hubo en Zaragoza el pasado sábado, me encontré con este artículo, de una persona vinculada a Cha, la cual venía a afirmar que Aragón no necesita más libertad, necesita otras cosas. Y en ese relato, niega que la independencia sea la solución, ya que en el mundo global todo lo que nos rodea es dependiente. No le falta razón, pero el número de naciones que se han ido incorporando a la ONU desde su fundación va en aumento. La independencia como herramienta, no como fin, ya que para reproducir las relaciones económicas y sociales del capitalismo, no hay viaje que valga. Aragón ya fue independiente hasta 1707 y no vivía en ninguna isla. Este artículo reproduce la cultura del miedo o la conformidad, es decir el discurso de la hegemonía impuesta. Sin más.