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Aragonando

Blog aragonés de pensamiento anticolonial

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mayo 2017

#LasFuens

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El sábado 13 de mayo pude disfrutar de una pequeña exploración en grupo -organizado por @a_zofra– por el urbanismo y la sociología del barrio donde resido, Las Fuens. Siempre he sido una persona curiosa y en ese sentido, aparte de lo que ya sabía, deseaba experimentar las vivencias y experiencias de otras personas respecto al entorno.

El paseo de Jane no me defraudó. Las Fuens, barrio obrero nacido al calor del desarrollismo de los años 50 y 60 tiene una fisonomía muy peculiar, con un trazado ortogonal en cuadrícula, muy raro para zonas obreras. El origen del barrio es agrícola, con sus huertas, torres, acequias y surgencias. La orla de la Huerva marca claramente sus límites con el casco histórico de la ciudad. Un barrio que parece hermano a San Chusé, separados actualmente por la diagonal de Miguel Servet, pero que adquiere identidad propia con la instalación de las cocheras de los antiguos Tranvías de Zaragoza. Esta decisión, en suelo barato, conforma un entorno de trabajadores, producto del vaciado rural, que provienen fundamentalmente del Bajo Aragón. De esta forma se crean los Grupos de Viviendas característicos del barrio -hoy degradados y convertidos en un pequeño «Baltimore»-. Un barrio con relaciones de embudo ya que su único acceso con el centro de la ciudad se producía a través de Compromiso de Caspe, o por un puente de tablas que cruzaba la Huerva a través de la futura calle Jorge Cocci.

Con muy pocos servicios, la creación en 1959 del Colegio Santo Domingo de Silos relaciona el barrio con las etapas de la dictadura franquista -la labor de control ideológico del Opus Dei marcaba estos años-. El aislamiento con la margen izquierda se romperá con la construcción del llamado puente de La Unión, construido como una inmensa barrera para los accesos básicos al barrio. Un entorno popular, con un pequeño comercio decreciente, con porcentajes altos de inmigración y una fuerte tradición vecinal que ha tenido como seña de identidad la intervención comunitaria. Los retos son los conocidos para este tipo de barrios en grandes ciudades: cuidados a nivel de urbanismo, plantear intervenciones que recuperen espacios degradados, integrar con criterio, defender al comercio que agoniza ante el modelo americano de centros comerciales y… ¿defender su identidad como bastión de una ciudad compacta?

Veinte años de vaivenes aragoneses

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Protesta contra la bandera española en Zaragoza, 2008

Hace veinte años, cuando me incorporé a la participación política, el debate sobre la crisis de los Estados-nación estaba en auge. Era un momento en el que la Unión Europea auspiciaba fenómenos como el neorregionalismo, con toda esa pléyade de comités de regiones y ciudades, los meso-espacios, la percepción de tener menos Estado, o de que se gestiona mejor desde la cercanía. Parecía un horizonte claro y sin vuelta a atrás. Había que aligerar competencias hacia los escalones inferiores. Aquí cabía todo, desde los fondos de desarrollo rural hasta panaceas autodeterminísticas. Aragón pululaba en medio de todo esto, en una época de vino y rosas para el aragonesismo político-cultural. El PNV y CiU cerraban filas, cada uno en su estilo. Todo era posible.

Mayo de 2017. El mundo al revés. Más crisis, porque esto lo llevamos labrando desde finales de los setenta. Y más Estado. Los experimentos, con gaseosa. Atacar a lo cercano. Todo por el déficit. Y a centralizar. Por toda la Unión Europea. Como es época de rupturas, ya hemos tenido un referéndum (el escocés). El catalán, se está fraguando. Y los vascos van reorganizando su escenario post-ETA. Lo que no cambia es Aragón, sigue en medio, absorto a todo, y zarandeado por unos y otros. El aragonesismo del vino, ya pachucho. Unos en el gobierno, suspirando por tonterías. Y otros esperando, madurando el pedaleo, porque todo llega.

¿O no? El futuro es incierto. Pero la certeza de que no regalarán nada, debe hacernos más fuertes y pensar que debemos seguir caminando, colectivamente, para liberarnos de esos vaivenes, que son cíclicos. Y cada momento, tiene sus sinergias.

Primero de Mayo…corto y cambio!

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Acto final del 1º de mayo en Zaragoza / Foto propia

Mi primer Día del Trabajador en Zaragoza ha sido extraño, quizá agridulce pero reconfortante a la vez. El año pasado no participé en ninguna movilización, el exilio rural me obligó a enjaularme en casa. Quizá, por eso, lo he cogido con ganas en 2017, aún sabiendo del simbolismo fetiche de una fecha que más bien sirve para poco.

El caso es que hay que acompañar, colectiva e individualmente. En este sentido, mi hueco sindical está en el SOA, pero una cosa es lo evidente y otra los compañeros de viaje que se te van acercando. Y eso que hablamos del 1 de mayo, un paseo de pancartas y cánticos.

¿Qué espera la gente? No sé. Partimos de la idea de despejar ecuaciones, en las que nunca entran ni CC.OO. ni UGT, por razones obvias. A partir de ahí se abre el melón sindical, que para organizaciones como SOA puede ser un poco indigesto. En Uesca, se ha ido, tradicionalmente, de la mano de CGT, HUSTE y CNT. En Zaragoza, la geometría varía, a pesar de que hay mínimos comunes para estar en determinadas movilizaciones. Aquí volvemos a hablar de CGT, también de OSTA o de Intersindical de Aragón. Pero la densidad organizativa capitalina también ubica al propio SOA con sindicatos considerados hermanos, como CUT o CATA.

El dilema viene cuando todo se junta, y por equis factores, se sale de manera escalonada y separada, dentro de una convocatoria. Cuando eres un sindicato pequeño pero con aspiración en todo el país, necesitas de las dinámicas de otros para visibilizarte. Cuando te conviertes en apéndice de los conflictos de empresa de otros, terminas perdiendo el norte y dando bandazos. La gente quiere ilusión y sinergias. Lo otro forma parte del pasado.

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