Hace poco leía que la «Corona de Aragón» no ha tenido un buen viaje en el tiempo, su legado ha sido descuartizado por unos y otros, la narrativa españolista la presenta como una región histórica de Ejpaña, mientras que la catalanista ha adecuado determinados elementos para construir su imaginario. Los alumnos del Estado español son aleccionados con la historia de Castilla, apareciendo la Corona de Aragón como un apéndice auxiliar de esa visión teleológica. Un fantasma, alejado de la historia, que se ha recuperado a jirones, con las visiones parciales que han gestionado las cuatro Comunidades Autónomas (sic) herederas de ese pasado.
La plurinacionalidad de la Corona sigue siendo algo extraordinariamente complejo, por eso, resulta más fácil aludir a un «imperio catalán» o a los distintos Estados que configuraron la Corona, que a una articulación político-histórica común. A cualquier iniciado sobre el tema siempre le recomiendo el libro Introducció a la história de la Corona d’Aragó (de Joan Reglá, 1979), ya que sitúa las cosas de forma precisa, con una visión de conjunto claramente organizada. 38 años tiene ese librito.
Perdemos demasiado tiempo en debates casi escolásticos, los nombres y esas cosas: las nomenclaturas. Personalmente, no me molestan en exceso neoconceptos como «Pere II el Gran», «corona catalanoaragonesa», o «rey-conde». La gestión de la memoria tiene estos usos. Incluso algún término como «confederación catalano-aragonesa» me gusta. Lo preocupante viene cuando tratan de soterrar la importancia de determinados elementos para ensalzar otros. Y en esta guisa estamos, con relecturas del pasado aragonés para negar su carácter nacional.
A todo el mundo le gusta saber un poco de historia, y eso significa proyectar visiones sobre el pasado en función de intereses determinados. En un artículo del investigador catalán Marc Pons (@marcpons1966), se exponía el origen histórico de la nación aragonesa, que al ser castellanizada, da la sensación de haber desaparecido, conviertiéndose en una extensión del españolismo. Este ejemplo que os pongo es suave, pero detrás esconde el objetivo de negar una articulación de futuro, llámese como se llame…
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