Acostumbrados a que su monólogo sea siempre acatado, les irrita la posibilidad de un diálogo. Los valores propugnados son los del fascio. La sumisión a un jefe como autoridad natural propiciada por la ley. La que ellos escriben
Esperanza Aguirre quiere convertir a los docentes en agentes de la autoridad, poner tarimas en las aulas, y se declara partidaria de que alumnos y alumnas se levanten para darle los buenos días cuando el profesor-autoridad entre en el aula. Partidaria como Sarkozy de enterrar el «espíritu de mayo 68» que ha emponzoñado el espíritu de los jóvenes ocasionando la famosa pérdida de valores y de respeto por la autoridad.
Esta enterradora de la razón y de la libertad, resentida como pocos, no estará satisfecha hasta llevarnos a todos a su charca de estulticia, donde ella y los de su calaña chapotean en las sucias aguas de la infelicidad, inhalando los miasmas producidos por la represión de los deseos.
Fede de los Ríos: «¿Por qué lo llaman autoridad, si lo que quieren es dominación?
Las sociedades que se levantan sobre la coerción tienen el mismo germen de su destrucción metido en el ADN. La práctica docente desgasta a largo plazo, hay casos y circunstancias, centros y ambientes pero la generalización del «café para todos» como ley sólo lleva al camino de la autoparodia como comunidad social. El alumnado es así: por edad y por necesidad. Y el diálogo y la empatía es la única forma válida de emprender este trabajo. Reglas tiene que haber, obviamente, por lo menos mientras los centros de educación secundaria no sigan siendo percibidos como cárceles rutinarias de exámenes, conocimientos acumulativos y notas de corte obsesivas. Educación fast food. No pretendamos cuadrar el círculo con experimentos más dignos de la Alemania nazi que de otra cosa.
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