Un año más. Las fiestas de San Lorién acabaron (leer valoración de 2009). Sin más. Volvemos a la dulce cotidianidad de la rutina. No ocurrió nada muy relevante, más allá de lo esperable: waka-waka a tutiplén, comentarios fato-almendrones, banderitas colonas en los balcones (que seguían allí desde aquel infame 11 de julio) y ya está. Decir que la concentración antitaurina fue un éxito (150 personas, buen ambiente, muchos medios -y pocas noticias-), y que la catalanofobia entró de raso en el teatro de los asesinatos. Y poco más claro, por lo menos al nivel que requiere un blog de pensamiento anticolonial. Hubo visitas nocturnas de algunos compañeros anticoloniales, lo cual siempre es de agradecer, en épocas de exaltación españolista como la que estamos viviendo en este verano.
agosto 24, 2010 at 13:25
Te gustará:
http://findesemana.libertaddigital.com/espana-despues-de-espana-1276237814.html
Te dejo tres párrafos:
Durante la Edad Media existió la nación española, sin Estado común. Luego los españoles contribuyeron a inventar el Estado nación. Ahora están creando el Estado sin nación. De hecho, el Estado sustituye a la nación, y desde las diversas naciones o nacionalidades antes españolas se habla del Estado como único nexo común. La nación catalana, por ejemplo, está integrada en el Estado (español). Lo mismo le pasa a Euskadi, antes País Vasco y antes aún Provincias Vascongadas. Y otro tanto le pasará a la nacionalidad andaluza y a la valenciana cuando cuajen sus identidades nacionales, todavía demasiado recientes aunque ya operativas. O, mejor dicho, cuanto las oligarquías políticas dominantes lo crean oportuno. Una vuelta al caciquismo, esta vez con un poder local intervencionista y más asfixiante que nunca.
Evidentemente, un Estado sin nación rebaja la entidad moral y emocional del patriotismo. En algún sentido, es la culminación de lo que a finales del siglo XX se llamó patriotismo constitucional. El concepto de patriotismo constitucional nació en Alemania, para que la lealtad nacional alemana sorteara las asperezas de la historia reciente del país. En España, el patriotismo constitucional debía salvar la falta de consenso sobre la idea misma de España. Enfrentada a esta misión, la expresión se dejó por el camino la palabra patriotismo. No es que en España no haya exhibiciones patrióticas, aunque no sean muy frecuentes. Ocurren sobre todo en las competiciones deportivas, que admiten un patriotismo sin sacrificios aparentes. Aunque tal vez expresen una demanda más profunda, no satisfecha por las instituciones políticas ni por la conformación de la España actual.
La cultura española existe, por supuesto, y será excelentemente conservada, estudiada y difundida. Pero habrá perdido la dimensión nacional. Como tal, nadie la sentirá como propia ni la continuará. Los que quieran hacerlo se encontrarán viviendo en el pasado. Es posible que subsistan territorios no nacionalizados, como Madrid, que para ello habrán de enfrentarse a la tendencia general. No se sabe por cuánto tiempo. La construcción de las nuevas naciones no se ha hecho sin violencia ni odio. España es el enemigo exterior por excelencia, aquel sobre cuyas ruinas se levanta el nuevo edificio. No es fácil imaginar cómo funcionará el nuevo dispositivo. Entraña demasiadas fragilidades, demasiados desequilibrios y una falta de cohesión intrínseca. En cualquier caso, ya estamos ahí. España ya no existe.