La ley de lenguas se aproxima a su veredicto final. Con una votación parlamentaria la semana que viene. Hay decepciones, que eran esperables (no habrá cooficialidad), y que hacen echarse al monte a IU. Lo normal era un pacto, un permiso avalado, entre PSOE (promotor de la ley) y CHA (el antiguamente conocido como partido de la fabla). ¿Sabor agridulce? Pues sí. Pero tampoco podíamos permitirnos el lujo de otra época de desierto legislativo. Las lenguas no las salvan las leyes, sino la sociedad. Y aquí la cosa está pluralmente peligrosa: el PP recogiendo firmas entre los castellanoparlantes, el PAR obsesionado con la mentira acientífica del «aragonés oriental» (intoxicación frente a información), y el mundo asociativo del aragonés en un punto de inflexión peligroso. Alguien nos va a hacer la cama, lo que no sabemos es de donde vendrá.
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