En toda la provincia es corriente oír hablar un castellano bastante correcto; pero en toda la parte lindante con Cataluña se habla el catalán de ordinario, y nada de particular tiene que se mezclen palabras de uno y otro idioma, formando una jerga muchas veces pintoresca. En la montaña se usan hoy día muchas palabras procedentes del antiguo y desaparecido dialecto aragonés o fabla y algunos galicismos perfectamente explicables.

Vía / Censo de la Población de España de 1981. Nomenclátor. Provincia de Huesca, Instituto Nacional de Estadística, 1984. Tomado en revista Rolde, 37, octubre-diciembre 1986, p. 2.

Retrotraernos casi tres décadas nos lleva a constatar del absurdo de los discursos político-ideológicos alrededor de las lenguas. En 1981 en Aragón se hablaba catalán (no como ahora, chapurriau para los excelsos separatistas del PAR). La que queda fea es la «fabla», bien manipulada para que conste que no se habla. Y si acaso, existió. Lo de los galicismos será porque igual se hablaba gascón en Bielsa, o el benasqués formaba parte de esa tesis que le da estatus para comer aparte. Vete a saber. Pero la conciencia individual de la gente va por estos derroteros surrealistas. Ayer mismo, echando unas bieras en un bar de Uesca, un señor mayor de unos 78 años vino a espetar al público allí presente que «los que peor hablaban en el regimiento, en la mili, eran los de Uesca y provincia». «Ni los de Teruel hablaban tan mal». Se miró a lo lejos, cogió su gayata y al paso de un fraternal «Me’n boi ta casa!», marchó raudo y veloz. Cosas veremos.