Podríamos recordar, ahora que está de moda, la llamada “crisis de los tulipanes”, que padecieron los Países Bajos allá por el siglo XVII. Como una simple flor, muta exóticamente gracias a un parásito, convirtiéndose en un objeto de lujo, deseado por todo el mundo. Hacia 1630 su cotización se dispara, con una labor especulativa totalmente convencida de que su precio jamás caería. El tulipán era una pieza de distinción social, lo más cool de la época. Los precios llegaron a ser desorbitados, la gente se endeudaba y los beneficios de los especuladores llegaron a ser del 500%. Y llegó el momento, cíclico, en el que se deja de vender, y todo cae como un castillo de naipes. Explotó la burbuja y Holanda se hundió en una crisis económica que todavía se recuerda en la memoria  histórico-colectiva.

Moraleja: Triste que los problemas se repartan colectivamente y el éxito quede en el bolsillo de unos pocos. Nadie se quejaba cuando unos señores ganaban 11.000 millones de beneficios en Wall Street. Esta gente no nos invitaba a su festín. Ahí está la clave: siempre lo paga la clase trabajadora aunque habrá que reflexionar sobre la esclavitud mental del capitalismo neocon.