Si hay un fenómeno que ha sabido redimensionar, vertebrar y canalizar muy bien todo el potencial identitario del aragonesismo es la música; una manifestación cultural que aglutina emotividad y referencialidad, haciéndola especialmente adecuada para la socialización de mensajes, discursos y pensamientos.

La semana pasada tuve la oportunidad de presenciar dos espectáculos musicales, ambos separados por escasos dos días y ambos teñidos de aragonesismo, cada uno a su manera. Por un lado estuve en Uesca en el recital de los cantautores aragoneses, los llamados Tres Tenores (Labordeta, Carbonell y Eduardo Paz). Creo que lo pasado, hecho está. Un publico ya mayor, nostálgico de aquellos tiempos, con poco espacio para crecer y luchar. Se les llena la boca con Aragón, con una cartografía rara, asociada al Estado español, a esa libertad soñada, empatía caduca. Me hizo reflexionar mucho sobre las circunstancias.

El sábado 26 estuve en el concierto soñado. 25 años del Ligallo de Fablans, mítica escuela de aragonés. Exaltación del país en estado puro. Dechusban, Prau, Lurte, La Orquestina del Fabirol, Biella Nuei, La Ronda de Boltaña y el Comando Cucaracha. Una mezcla total de Folk, tradición, bailes, cánticos, modernidad. Faltaron algunos. Pero lo esencial estaba allí. Nos hacía falta un baño de masas, ahora que parece volver la temida IDA (léase Izquierda Depresiva Aragonesa).

Dos conciertos que atraen un público aragonesista. Los discursos no tienen nada que ver. Renovarse o morir. Generosa metáfora que me hace recordar a esa oxidada CHA que navega entre el federalismo labordetiano y el soberanismo de Carod (ejem, lo siento). La idea del relevo en el discurso, las personas y las formas. Como apunta Sozialista, sigue habiendo muchísimas contradicciones, como exaltar el himno “nacional republicano” de los españoles (ver “La Ejpaña Guay”). Tenemos que avanzar como nación y superar esos miedos estructurales. Por eso son dos conciertos, dos momentos, dos generaciones, y la más joven quiere crecer ideológica y emotivamente.

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